sábado, 10 de octubre de 2009

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Enrique Ojeda | 11/10/2009

Béisbol. Pitcher zurdo de 21 años, Aroldis Chapman se escapó de Cuba para jugar en Estados Unidos por 60 millones de dólares.

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Aroldis Chapman

En Rivas se frotan los ojos cuando le ven lanzar. ¿Cómo cayó por allí?

Dejé la selección cubana en Holanda (julio) y luego establecí mi residencia en Andorra, pero vine a Madrid para arreglar el visado para los Estados Unidos, y mientras se arregla todo me entreno con los chicos del Rivas, que me han puesto un catcher a mi disposición.

¿Cómo tomó la decisión de abandonar su país?

En secreto. No lo sabía nadie. Y es duro porque sabes que no vas a volver. Dejé allí a mi madre, mis hermanas y mi hija de tres días que ni conocí (ahora tiene tres meses).

¿Su escapada es una reivindicación política?

En absoluto. Es deportiva. Quiero jugar con los mejores y esos están en las Grandes Ligas. De política, ni papa.

Vamos, todo por la pasta.

Ya veremos. De momento el contrato habrá que firmarlo.

¿Cuánto ganaba usted, al mes, en Cuba? ¿Qué coche conducía?

¿Coche? A pie. Mi sueldo era de 200 dólares más 240 pesos cubanos. El carro no me era necesario.

Ahora vive en hoteles de lujo y con asistentes. ¿Quién se lo paga?

Mi representante, por ahora. Luego lo descontará de mi contrato. Es así, ¿no?

¿Y qué coche se ve conduciendo?

No sé si decirlo... Pues un Lamborghini. Es un sueño.

Con un contrato de 60 millones de dólares se va a poder permitir muchos caprichos.

Esa es la cantidad que se maneja, pero hasta que no se firma el contrato no hay nada seguro. Tampoco se crea que la cifra me marea. Me pagarán lo que me merezca.

¿Tan bueno es usted?

Eso dicen.

Le culpan en Cuba de la derrota en los Juegos de Pekín.

No me llevaron porque estuve envuelto en un intento de fuga con otros peloteros y me sancionaron. Cuando se pierde, lo hace el equipo. En solitario es imposible ganar.

El Duque, por ejemplo, se fugó en una balsa. ¿Usted?

Yo salí tan tranquilo por la puerta de mi hotel en Rotterdam, donde estábamos jugando. Había hablado con gente de fuera que ya me estaba esperando. Irme de balsero, nunca; me impone mucho respeto el océano.


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