domingo, 14 de septiembre de 2014

Nora Gamez Torres
Publicado el sábado 13 de septiembre del 2014
Foto: Roberto Koltun / El Nuevo Herald

Ricardo VázquezUn hombre en una celda de una prisión circular no sabe si un guardia armado lo está observando, desde su puesto en una torre situada en el centro del edificio. Este es el panóptico, una construcción ideada por el inglés Jeremy Bentham en el siglo XVIII y copiada por el dictador cubano Gerardo Machado para construir un “Presidio Modelo” en Isla de Pinos, en las primeras décadas del siglo pasado. Un modelo perfecto de poder disciplinario, en palabras del filósofo Michel Foucault.

En 1962, Ricardo Vázquez, un joven estudiante encarcelado por conspirar contra el gobierno instaurado en Cuba en 1959, desafía esa sensación de perpetua vigilancia para llevar a cabo una riesgosa misión en la cárcel-panóptico de Isla de Pinos: tomar las fotos de las cargas de dinamita que habían sido colocadas en la planta baja de cada uno de los cuatro edificios circulares que albergaban prisioneros políticos como él.

Eran los días cercanos a la Crisis de los Misiles, en octubre de 1962, y los presos habían constatado con horror que los hombres trabajando con martillos neumáticos estaban horadando las paredes y colocando cargas de dinamita, un colchón de explosivos para evitar que los “contrarrevolucionarios” tomaran la cárcel, en caso de una nueva agresión “imperialista”—trabajo inútil si estallaba una guerra nuclear primero.

Ricardo era dirigente nacional del Movimiento Revolucionario 30 de Noviembre cuyo objetivo era “derrocar el sistema de Fidel, porque nos sentíamos traicionados. Yo luché también contra Batista y Fidel se desvió totalmente de los planes iniciales de la revolución. Tratamos por todos nuestros medios de derrocarlo”, explica.

Interrogado sobre “los planes iniciales de la revolución”, responde: “que estuviera basada en la constitución de 1940, que existiera libertad, que se acabara la opresión y todo eso resultó una farsa de Fidel. Engañó al pueblo. Fue un engaño terrible”.

En febrero de 1961, apenas un año después del “triunfo de la revolución” es arrestado con “material sensible”, un eufemismo que podía referirse a armas, explosivos, equipos de radio o cualquier otro suministro que pudiera apoyar a quienes se enfrentaban el nuevo régimen. Anastasio Rojas, el chofer que lo transportaba a él y al “material” fue fusilado. El, con 17 años, fue enviado al Presidio Modelo de Isla de Pinos.

Hoy, Ricardo es un señor de 71 años, con voz suave, de pocas palabras y a quien, a todas luces, no le gusta comentar mucho sus experiencias en la prisión. Pero amablemente accede a una entrevista con el Nuevo Herald y nos lleva también donde su hermana Guillermina Vázquez reposa inválida en una cama, pero con lucidez suficiente como para complementar su relato.

La dinamita

Cuenta Guillermina, quien hacía funciones de “correo” entre distintas cárceles y la dirección nacional del Movimiento Revolucionario 30 de Noviembre, que ella recibió un mensaje de los presos de Isla de Pinos, quienes solicitaban una cámara para introducirla en la cárcel.

En 1962, un preso que escapó y logró llegar a Miami había dado la alerta sobre los explosivos. Así lo contaba al periódico Patria el 14 de septiembre de ese año:

“Hemos visto los trabajos. (La cárcel) Está totalmente dinamitada. La dinamita pueden hacerla explotar desde una colina distante, por dos conductos. Por electricidad de pilas o por concusión de un material que va estallando en secciones hasta llegar a la dinamita”, explica el hombre identificado con un seudónimo en la historia.

Pero faltaban pruebas, las fotos. Y ahí es donde entra a jugar Guillermina, quien consiguió transportar en su cuerpo una minúscula cámara de fabricación alemana Minox, con un diseño que se hizo muy famoso entre los espías. Para burlar las llamadas “requisas” que hacían los guardias de la prisión a los visitantes, Guillermina escondió la cámara en un tampón higiénico.

“Hacían una requisas tremendas a las mujeres. Cuando llegué delante de la muchacha que me iba a requisar, me quité los zapatos, y me empecé a quitar la ropa. Cuando ella fue a bajarme los pantalones, le advertí que tenía el período. Entonces ella me dijo que me vistiera. Llegué a la circular a ver a Ricardo y él me preguntó por la cámara y yo le pregunté por el baño. Fui, me la saqué y me la puse en el pecho. Entonces regresé donde estaba él, lo abracé y le dije, ‘ahí está’”.

Ricardo continúa la historia donde la dejó su hermana.

“Yo fui quien tomó las fotos de la dinamita junto a otro amigo. ¿Cómo fue que pudimos bajar al túnel? En la celda que yo vivía, la 19 del primer piso, había un orificio por donde pasaban los tubos del agua, que no se usaban pero allí estaban. Nosotros entramos ahí y con mucho trabajo, con cabillas y la ayuda de otros presos, logramos romper el piso lo suficiente para que pudiéramos pasar. Dejamos la última capa para el último momento. Cuando rompimos ya teníamos la cámara lista y nos metimos los dos y empezamos a tirarle fotos a la dinamita, las que pudimos”, narra.

Pero queda en el aire lo que pasó después. “Después vino el problema de que encontraron el hueco y nos castigaron. Nos enviaron a celdas de castigo, estábamos aislados en los pabellones, las celdas no tenían nada y te dejaban en ropa interior”, recuerda.

El filme salió al exterior a través de otra de las hermanas de Ricardo, en aquel entonces una niña. Según Guillermina, “las requisas las hacían cuando entrabas pero no cuando salías de la cárcel. Trajimos el film cuando vinimos de Cuba el 14 de junio de 1963. Yo tuve que asilarme en la embajada del Uruguay, donde estaban muchos del 30 de Noviembre”, agrega.

Ricardo no era ningún fotógrafo experimentado y las imágenes que salieron publicadas en el Diario Las Américas en 1964 no tienen calidad para ser reproducidas hoy. Apenas se divisan unos bultos, la dinamita, y unos huecos en las paredes donde fueron colocadas las cargas en la pared interna de la circular. “Pero lo logramos. Lo interesante de esto es que se pudo hacer la foto, si no, esto hubiera pasado inadvertido en el mundo”, dice, no sin cierto tímido orgullo.

La cárcel

“Eventualmente, un día después de la Crisis de Octubre sacaron la dinamita. Los huecos nunca los taparon. No sé si ahora lo hicieron, como dicen que la prisión la están usando como un museo”, se pregunta Ricardo. Pero cuando hablamos de las condiciones de vida en la cárcel, se vuelve más parco: “Siempre hubo maltrato. Después empezó el mal llamado plan Camilo Cienfuegos, un plan de trabajo forzado. Tratamos de oponernos y hacer resistencia y unos cuantos que plantaron el trabajo. Yo fui plantado”, declara.

Al preguntarle sobre el término “plantado”, Ricardo nos cuenta una anécdota.

“Ese día plantamos el trabajo Israel Abreu Villarreal y un servidor. El tiró el pico y dijo al guardia ‘si me das porque trabaje y porque no trabaje, entonces mátame’. Yo hice lo mismo y se llevaron al bloque de presos que estaba cerca para otro espacio de tierra. Vino a conversar con nosotros un sargento y le dijimos lo mismo. El sargento cogió una bayoneta pequeña, un estilete de los fusiles AK y mandó a buscar un Jeep. Lo parquearon al extremo del cuadrado de tierra y nos hicieron ir caminando”, recuerda.

Pero los 100 metros que los separaba del vehículo, lo recorrieron recibiendo golpes y pinchazos. Según el testimonio de Ricardo, un sargento corpulento a quien llamaban Campeón, al verse imposibilitado de pincharlo con su bayoneta, pues había quebrado la suya “en el lomo de un preso” minutos antes, comenzó a golpearlo tan fuerte con su fusil que Ricardo intentó defenderse. “Entonces, me dice ‘ah, pero ¿te me vas a virar?’ y cogió el fusil y me dio por la cabeza”, continúa Ricardo y se toca una marca arriba de la ceja derecha.

“Me noqueó y me despertó él, muy amable, dándome palos hasta que recobré el conocimiento. Seguí caminando. En ningún momento ninguno de los dos corrimos porque era un pecado”, hace una pausa y se ríe.

Para estos hombres, a quienes los unía un código moral estricto, su estancia en la prisión era otra etapa de la “lucha”. Vivían, al igual que el resto del país, en un estado de “guerra permanente”. En ese discurso, las heridas recibidas por maltratos y abusos se convertían en “heridas en combate”. Flaquear era imperdonable.

Israel Abreu Villarreal, en un crudo testimonio publicado en el libro Cuba: Clamor del Silencio, editado por el Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo, confirma la versión de Ricardo y aporta detalles escalofriantes. Después de este incidente, ambos son trasladados al hospital de la prisión, donde comienzan una huelga de hambre que duró 42 días. En medio de la huelga, los sargentos identificados como Campeón y Girón, llevan de nuevo a Abreu al campo y a sangre fría, con una bayoneta le horadan la carne hasta llegar al hueso de la cadera.

Isla sin nombre

Desgraciadamente, los testimonios de ambos no son excepcionales. El libro citado recoge al menos cien historias similares. Otros testimonios aparecen también en un informe de 1963 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados Americanos (OEA).

El gobierno cubano desechó estas denuncias y las convirtió en una mera nota al pie de una batalla política y diplomática más importante entre Cuba y los Estados Unidos, en la que la OEA y los gobiernos latinoamericanos eran “títeres” del imperialismo.

Pero hace falta un gesto más poderoso para borrar tanta memoria incómoda. Y lo hubo. A partir de 1967, año en que se cerró el Presidio Modelo, Isla de Pinos fue una isla sin nombre. Así queda recogido en el discurso que pronunciara Fidel Castro el 12 de agosto de 1967 en ese territorio: “…esta Isla es una prueba de la Revolución, y se empieza aquí. Esta Isla, que por ahora no la vamos a llamar ni de la Juventud ni de Pinos, porque hay poco de las dos cosas todavía”.

Pero Castro prometió convertir la isla “en un gran centro experimental social, y donde nos propongamos resolver en la medida de lo posible, como vanguardia de nuestro pueblo, los problemas que implica la idea de crear una sociedad comunista”. Parte del nuevo experimento era concentrar a jóvenes de otras provincias para “revolucionar la naturaleza y revolucionar la sociedad”. Para más dramatismo, en la antigua prisión y nuevos campamentos en construcción estudiarían “no menos de 20 000 jóvenes”, anunció.

Casi diez años después, por obra y gracia del lenguaje, la isla “sin nombre” fue oficialmente bautizada en 1978 con el alegre título de “Isla de la Juventud”. En la prensa cubana se reporta regularmente sobre los aniversarios de la proclamación y la transformación social de la segunda mayor isla cubana, “reconocida antes del triunfo revolucionario por los horrores del Presidio Modelo”, según se puede leer en una nota de Juventud Rebelde.

El indulto

No sorprende entonces que quienes nacieron en Cuba después de 1959, solo asocien al Presidio Modelo con el lugar donde Fidel Castro y sus compañeros asaltantes del cuartel Moncada en 1953 cumplieron menos de dos años de encarcelamiento. En mayo de 1955 fueron amnistiados por Fulgencio Batista.

Pero el indulto para Ricardo y otros 3,000 presos políticos no llegó hasta 1979, luego de que, en diciembre del 78, representantes de la comunidad cubana en el exilio y del Gobierno cubano firmaran un acuerdo para su excarcelación. Otros mil quedaron prisioneros, entre ellos aquellos que no aceptaron el “diálogo”, según consta en un informe de la CIDH de diciembre del 79.

Como parte del acuerdo, los gobiernos de Cuba y de Estados Unidos facilitarían el traslado hacia ese país de los prisioneros y sus familiares. Cuando Ricardo salió de una cárcel de Las Villas a donde lo habían trasladado, sus gestiones estuvieron encaminadas a lograr que las autoridades estadounidenses le otorgaran también un visado a Cuca, una mujer que había sido su niñera y “como su segunda madre”, dice emocionado.

Cuando sus padres y el resto de sus hermanos abandonaron el país en 1964 a petición de Ricardo, él les aseguró que podían irse tranquilos pues Cuca se quedaba con él. Y así fue. Ricardo insistió en que la mencionara en esta historia pues ella había sido “muy importante para él y otros presos” a quienes visitaba en la cárcel.

Junto a ella, Ricardo finalmente llegó en agosto del 79 a los Estados Unidos, donde hizo una carrera como empleado de banco. La entrevista termina con una oración que parece el comienzo, pero es solo un intento de Ricardo de fijar el recuerdo: “Yo estuve preso desde el día 24 de febrero de 1961 hasta mayo de 1979, 18 años”.

Tomado de: El Nuevo Herald

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